lunes, 24 de octubre de 2016



Cuerpo virginal.
Cuerpo sacramentado. Impuro. Casto.

Lo rechace diciendo que sus manos me tocaban de forma grosera. Yo quería, aunque fuese una vez, antes de embarcarme por la senda del señor, que mi cuerpo fuese tocado de manera maravillosa, irreal.
Necesitaba que algunas manos sublimaran a este cuerpo mundano, Y se lo pedí a él, pensé que él si seria capaz. Sin embargo en uno de sus tantos intentos ¡Yo lo empuje! y lo golpee en su cara terriblemente fuerte.
 Lo gocé. 

Y mientras le daba golpes en su pecho, le gritaba que al parecer le faltaban referentes, que le falta experiencia. Tacto. Tino. Sensibilidad. Experiencia...

Experiencia. 
Experiencia.
Experiencia.
¡Si! Sobre todo experiencia.

"¿En que habí estado gastando tu tiempo, pendejo adolescente?" le dije. "Mirando pornos de mala calidad al parecer. He estado quince minutos sentada arriba de tus piernas y me has estado tocando de la misma manera en estos  quince minutos que se volvieron eternos."

Su mano se deslizaba sobre uno de mis pechos, y yo miraba el techo de mi pieza. Abría mis ojos, cerraba mis ojos, los abrí y los cerré muchas veces. Decidí mantenerlos abiertos...






martes, 27 de septiembre de 2016

Rita vive sola en su casa ubicada en la zona norte de santiago. A vuelto de su hogar una verdadera fortaleza,con una meticulosidad obsesa, con el fin de proteger de todo peligro a Raúl, su hijo pequeño. Sin embargo, el niño en realidad lleva muerto catorce años. Rita ha creado una ficción, en donde su hijo sigue vivo. Ella se encarga de darle de comer, le enseña a hablar, lo lava, lo hace dormir, lo cuida del exterior. Todo esto, como una defensa que ha creado su mente para no afrontar la realidad. Sin embargo, su invencible fuerte sera invadido por Vicente Valdes, un joven quien ha perdido la fe en la humanidad y en si mismo. Los rumores que ha escuchado acerca de Rita y su aversión a los criminales, lo impulsaran a entrar en su hogar y autodenominarse un criminal,  para que  así, sea ella la encargada de quitarle la vida.


Tesis-  La muerte como medio de liberación

Antitesis- La muerte como factor de represión.

Sintesis-  La muerte como un umbral, en donde ocurre un quiebre y algo se pierde, generando comportamientos oscuros, siniestros, profundos.

liberacion (¿Que hago para alcanzar la muerte? la destruccion./REprimido,(presos del recuerdo en el caso de mi papá)

Ambos son comportamientos OSCUROS. siniestros, profundos, ¿Tocar  fondo?





sábado, 24 de septiembre de 2016

Que exquisita la sensación cuando se te prende la ampolleta.


PROCESOOOOO

Por mi hogar han pasado muchas personas, en realidad, por los distintos hogares que he tenido en mis 21 años. Mi madre se vino desde Copiapó a Santiago conmigo y mi hermana chica cuando yo tenia ocho años, desde ahí hemos cambiado de domicilio muchas veces. He vivido siempre muy cerca de los hospitales, primero en una pensión donde los arrendatarios eran en su mayoría gente enferma; adultos, adolescentes, mujeres, hombres, niños, guaguas, los había de todo. Allí, experimente por primera vez la noción de muerte en mi, sin siquiera yo estar en enferma, ni estar a punto de morir, claramente. Más bien, sentía que al llegar a la capital, desde una ciudad rodeada de cerros desérticos, algo en mi estaba cambiando y que terminó por morir el día en que mi mamá me trajo de desayuno en la mañana. Con vergüenza quizás escribiré esto, pero yo aún a los nueve años seguía tomando leche en mamadera, sí, me resultaba increíblemente cómodo y placentero ver el club de los tigritos por el chilevisión, mientras yo sentada en el sillón tomaba mi leche con quaker en una mamadera de... no recuerdo bien. Pues bien, recuerdo que esa mañana, la segunda de haber llegado a Santiago, mi mamá entra, y me da leche en un tazón, y yo, no viéndole mayor problema, tomé el tazón y comencé a sorbetear la leche caliente. Termine mi leche, y recuerdo que un extraño sentimiento de nostalgia me recorrió por completo. Me veía al espejo y me veía niña, me veía infantil, pero en mis adentros creía que pesar de tener esa imagen, algo de esa niña ya no estaba y jamás regresaría. En ese momento me di cuenta que mi infancia había acabado, o más bien era una etapa que me remitía a Copiapó y mientras yo viviera en santiago, estaba muerta, o por lo menos yo la di por muerta. Sin embargo no fue una muerte que yo quisiera retener, me impacto ciertamente; preguntarme que era yo exactamente si no una mocosa de ocho años. Algo había llegado a su fin, eso era seguro. Mi hogar, mi familia, mis abuelos; el norte en sí me había sido arrebatado. Y las cosas no volvieron a ser lo de antes, pero desde ese momento, de haber perdido algo, pase a anhelar algo. Comencé a ver el mundo de una forma nueva, comencé a visualizar el norte de una forma nueva, a mi padre, a mis abuelos, hasta el perro que siempre había estado abandonado fuera de mi casa nortina había adquirido otro color. Este fue el inicio de un anhelo de recuperar, de volver a poseer. Mi infancia murió, pero aquella muerte dio paso al nacimiento de un sentimiento mucho más fuerte. 

En esa misma pensión, que fue mi primer hogar santiaguino, conocí a una persona que me hizo pensar que uno puede estar fácilmente muerto en vida, cuando a la mente se le van los "enanitos pal bosque". Se llamaba Bernardo Robstrock, o algo por el estilo. Era el esposo de la dueña de la residencial. Hombre corpulento, alto, con una voz imponente. Carabinero jubilado según me entere con el tiempo. Intuía que cuando joven debió ser una persona un tanto estricta. Sin embargo, pese a denostar fuerza, su personalidad era la de un niño. Se sentaba a diario en una banca cercana a la pieza donde dormíamos y se quedaba allí, esperando a que alguno de los arrendatarios se sentara junto a él. Padecía Alzheimer y su mente había quedado atrapada en el pasado. Sus relatos remitían a tiempos pasados, tiempos mejores según él, en donde nos contaba sus historias de paco, de como había pintado sus cuadros, que ahora adornaban las habitaciones. Aquello hacia preguntarme ¿Estaba realmente viviendo? Su vida se había convertido en un torbellino rutinario. Su enfermedad lo tenia en una verdadera prisión. Su vida cotidiana se limitaba a pasar días completos recordando aventuras juveniles, pero ¿Y ahora? ¿Que era de su vida ahora? No hay peor muerta que esa, la cual te obliga a seguir transitando por el mundo, más ya no eres consciente del resto ni mucho menos ti mismo. Sigues viviendo, pero tu verdadera vida ya sucedió.

Tuve muchos hogares, dije. En uno de ellos, vivíamos mi madre, mi hermana y yo junto a una madre soltera con sus hijas, dada la casualidad la hija pequeña de ella tenia la misma edad que mi hermana, y la hija mayor, tan solo era un año más grande yo. De ella es quien quiero hablar, se llamaba Nicol y por alguna extraña razón tenia una infinidad de enfermedades, desde artritis en las manos, una cadera desviada, hasta un soplo al corazon, diabetes y celiaca, entre algunas otras que hoy no recuerdo. Era una muchacha vivaz, pilla y con sentido del humor. En aquella época ella tenia once años, pero yo la observaba y creía que tenia mucho más. Supongo a que tanta enfermedad por obviedad tendría el cuerpo desgastado, pero había algo más, algo en ella decía que ya no le interesaba tanto vivir. Más que quisiera morir, era más bien, que le había puesto el pecho a la muerte, y la esperaba valientemente. Había decidido, me contaba, no privarse de experiencias ni gustos. Comía cantidades groseras de helado de chocolate cuando su mamá no estaba, fumaba a escondidas, no hacia reposo cuando era requerido pese a que era consciente de que eso al tiempo sería hospitalización segura. Yo la veía cuando le daban sus crisis, había momentos en que su cara se tornaba roja, llegando casi al morado. Veía como se la llevaban en brazos hasta coger un auto que las llevara hasta el hospital. Ella llorando a mares claro. Días después la visita, veía en su cara una especie de desilución. Me confeso que en realidad le tenia mucho miedo a morir, sin embargo, no puedo ser si no ese su única vía de escape.  En realidad ella, pese a mostrarse dicharachera y extrovertida, era amarga e infeliz. Tenia un profundo rencor con su madre, y claro, con su situación. Rechazaba la sola idea de llegar a vieja llevando una vida así; llena de privaciones, operaciones, pinchazos y demases. Hoy yo tengo veintiuno, ella debe tener veintidós. Ahora ya no vivimos juntar, de hecho ya llevo años sin verla, pese a vivir a dos calles de distancia. Mi mamá me cuenta que lleva, como en ese entonces, una vida llena de excesos y desenfreno. Por lo visto aun sigue buscando su muerte, pero claro, saciar los deseos nunca es tan fácil. Absurdamente, conocí hace algunos meses atrás a una hombre cuyo mayor deseo era seguir viviendo. Se alojo unos días en mi casa, puesto que era un familiar lejano de mi mamá. Tenia cáncer a los testículos, por vergüenza no fue al doctor a tiempo y termino con un cáncer terminal. Murió hace unos días. Recuerdo escucharlo hablar por teléfono desde el baño, lo oía atenta por la ventana que colinda al patio. Su forma de hablar era desgarradora. Estaba avisándole a sus familiares que no había solución y que posiblemente moriría. Repetía frenéticamente que no quería morir una y otra vez, una y otra vez, y una y otra vez. Ponía tanto ahínco en decir aquella palabras, que sentía que de cierta manera intentara conjurar algo que lo aferrara a vivir, y más que decirlas a su interlocutor, se las repetía a él mismo. Pues bien, algunas desean morir y otros vivir con todas sus fuerzas. Para bien o para mal ambos no consiguieron su deseo.

Ahora bien, lo que sucede tras una muerte también es un tema. Las distintas posibilidades de vivir un duelo, o los aspectos que cambian en nosotros, el nuevo comportamiento que adoptamos frente a la vida. En mi caso, o bueno, en realidad en el caso de mi padre y mi abuela sucedió que cuando murió mi abuelo hace unos años, ellos comenzaron a tenerlo más presente, con esto quiero decir, a que pese que había muerto, seguían actuando como si el estuviese, no al punto de parecer loco, claro que no. Pero cada vez que entraban a la casa saludaban y cuando se iban se despedían. Mi papá veía los partidos del colo-colo en su pieza, y después que terminaba dejaba la tele prendida pese a él no estar necesariamente en la pieza, yo entraba, veía que nadie estaba en la pieza, la apagaba y me iba. Él volvía, la prendía y se iba. Luego yo le preguntaba porque prendía el televisor si no había nadie y  él respondía "El tata esta viendo futbol" . Lo mismo sucedía con la radio; la dejaban prendida todo el día en la emisora que a mi abuelo más le gustaba. Y así, hay muchas otras cosas que hacen para poder, de cierta forma, mantener presente la presencia o la figura de mi abuelo dentro de la casa.

¿Que ocurre cuando una persona vive su cotidiano con un constante miedo a la muerte? Al hacerme esta pregunta me es inevitable no pensar en mi madre. Mujer que da la vida por sus hijos, con una preocupación que es ciertos momentos llega a ser asfixiante, y no lo digo necesariamente porque no nos deje salir, o nos prive de cosas, mas bien, es una asfixia con ella misma. Pues se la pasa la mayor parte del día haciendo suposiciones de lo que nos pueda suceder mientras no estamos en casa, inclusive se asusta en demasía cuando contraemos un resfriado, supone de inmediato que puede ser algo mucho más grave. Y en realidad no es solo mi mamá la que se comporta de esta manera, si me pongo a pensar, en realidad todos tememos de la muerte. No es gratuito que hoy la mayoría de las casa sean verdaderas fortalezas anti-crimen, anti asalto, anti-violación, anti-muerte. La sensación de la muerte nos hace adoptar cierto comportamiento respecto a como vivimos nuestra vida, o los temores que ella nos puede producir.

En mi caso,  aveces pienso en mi hermano cada vez que veo un precipicio, cada vez que veo un edificio alto. Lo imagino cayendo al vació y que su pequeño cuerpo impacta contra el asfalto. En ello, advierto que dejo de respirar unos segundos mientras veo esas imágenes. Pienso en él nuevamente, pero a salvo. Y me entran ganas de abrazarlo y no dejarlo ir jamás, de tenerlo guardado en casa sano y salvo. Intacto. "Que lunática" pienso, y sí, quizás lo sea. Y quizás, esta misma sensación que siento sobre él, mi madre también las siente sobre todos nosotros, sus hijos. Esas ganas de encerrarnos para mantenernos protegidos de este hostil mundo, porque sabe que es tal la violencia y el peligro, que la muerta ronda por todos lados y puede llevarnos en cualquier momento.








No hay lugar lo suficientemente cómodo para escribir.
Cambio de lugar infinitas veces; en mi cama, en la mesa del patio, en el living, en la cama de mi hermana. Sin embargo, no, no y no.
En el patio hay un rico paisaje, hay un buen sol, salvo que ese mismo sol, al transcurrir cinco minutos se hace insoportable. Las ideas se caldean y las palabras comienzan a derretirse, sin yo ser capaz de tomarlas, intento una a una ir recogiendo las letras para poder armar nuevamente mis palabras, pero no hay caso, se escabullen entre mis dedos y yo las dejo, como arrancando del agua hirviendo. Mis ideas se desvanecen entre el mar soleado que inunda mi patio.
Entro de nuevo. Mi pieza; la miro, no lo pienso y en definitiva no entro. Huyo a la pieza de atrás, la de mi hermana, la que tiene una ventana que colinda con el patio infestado de sol que se llevo mis ideas. Me siento en su cama, y aquí el sol llega de forma amable. Escribo esto, aquí, ahora. Por el puro deseo de teclear algo en mi computador recién arreglado marca Lenovo. No tengo word office, tengo el block de notas y el wordpad, que no me fascina tanto, porque no separa hojas y no me avisa las faltas de ortografía. Y yo que soy re-buena para comerme tildes y cambiar "s" por "c" o c/s" por "z".
Ahora escribo en mi blog de google. Que me gusta. Este si me avisa cuando no pongo tildes y así no quedo como ignorante frente al mundo.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Millones de ideas desechadas a diario dentro de mi mente. 
Otros millones de palabras que funcionarían  en su conjunto para crear un muy buen libro.
Miedos e inseguridades, suspiros en las manos, movimientos en los labios, jugueteos con la lengua. 
Tiempo perdido. Mucho tiempo perdido en pensar, pensar, y seguir pensando, en cual seria el mejor titulo para el libro creado  en mi mente. 
Un libro ficticio, que quiero se materialice en mi ciudad. Que muchos lo lean, que a muchos les desagrade, que a muchos les agrade. Por favor. 
Que nazca y exista. 
Sin embargo, para mi desgracia, no es tangible. Aún. 
Puesto que; 
1- Gaste mi tiempo pensando.
2- Gaste mi tiempo buscando música que me inspirara a escribirlo.
3- Gaste mi tiempo buscando imágenes que me inspiraran a escribirlo.
4- Gaste mi tiempo buscando entrevistas de mis escritores favoritos que me inspiraran a escribirlo. 
5- Gaste mi tiempo buscando en el mundo real; situaciones que me inspiraran escribirlo. 
6- Malgaste tiempo imaginándome  a mi, haciendo todas estas cosas para que me ayudaran a escribirlo. 

Claro, no lo escribí.